Si en lugar de leer, querés escuchar, podés hacer click aquí https://bit.ly/2GwXiyp pero no te perdás las fotos que están bien divertidas.
Durante toda mi vida fui testigo de la emoción que sentíamos todos en mi familia cuando mi papas compraban algo nuevo para la casa.
Por ejemplo recuerdo cuando por primera vez mi papá llevó un teléfono inalámbrico, como nos sentíamos importantes sacando la antena para escuchar mejor mientras caminábamos por toda la casa para ver hasta donde llegaba la señal, también recuerdo cuando yo tenía 15 años y fuimos a Golfito a comprar una nueva refrigeradora y una cocina Atlas, que duraron muchos años y eran de color blanco y no verde y amarillo como las que teníamos antes, es más, la cocina sigue siendo la misma.
Y así, recuerdo la primera piscina inflable que nos compraron a mí y a mis hermanos, el juego de hieleras rojas con blanco marca Coleman, la grande, la pequeña y la que es para refresco, y como esperábamos el primer paseo para llevarlas a la playa y estrenarlas. También recuerdo cuando mi papá compró las tiendas de campaña, una para cada uno, porque en ese momento se había decidido experimentar acampar, en una zona de camping, obvio, tampoco tan aventureros.
Recuerdo tantas cosas nuevas que mis papas compraron, tantas cosas para la casa y cosas para nosotros los hijos. En cada momento me emocioné, en cada momento sentí felicidad y hasta orgullo de que en mi casa hubieran cosas bonitas o tecnológicas, como la primera computadora, la primera impresora Lexmark, cuando teníamos televisión por cable y era una caja pequeña sobre el televisor con una perilla grande para elegir los canales y solo veíamos Cartoon Network y Discovery Kids, todas esas pequeñas y grandes cosas hicieron de mi casa un bonito lugar para vivir con las comodidades de una familia de clase media, que luchaba a diario por cada día estar mejor. Ese lugar era mi casa y siempre lo será.
Pero ahora que me casé y que junto con mi esposo formamos un nuevo hogar, me doy cuenta de que todas esas cosas que siempre sentí como propias no eran mías, o al menos no las podía traer en la mudanza a mi nueva casa.
Pero esto es solo parte de vivir una etapa diferente, más mía más nuestra, donde con esfuerzo y trabajo nos toca construir una nueva casa, un nuevo hogar, una nueva familia y eso incluye comprar nuestras propias cosas y alegrarnos o sentirnos súper emocionados cada vez que compramos algo nuevo o terminamos de darle forma a alguna área de nuestra casa.
Solo hasta ahora me vengo a dar cuenta de la emoción que mis papas pudieron haber sentido en cada compra que hicieron ya sea para la casa o para sus hijos, entre las remodelaciones, poner piso nuevo, cambiar electrodomésticos, comprar camas, juguetes, ropa, alimentación y hasta darnos educación. Cada una de esas cosas fueron fruto del esfuerzo y del trabajo y aunque yo ya de grande podía entender lo que significaba, hasta ahora vengo a sentir en carne propia el significado real de ese esfuerzo y ahora me toca vivir junto con mi esposo esa alegría y ese orgullo que da el esfuerzo, ahora cada pequeña cosa es una victoria en este camino que se llama vida, que se llama construir un hogar, formar una familia, tener hijos y llenar la casa de todas las cosas grandes y pequeñas que se van necesitando conforme se avanza en la vida.
Tengo 1 año y 8 meses de haberme casado y desde antes de dar el Sí Acepto, comenzamos a esforzarnos por conseguir y adquirir las cosas que íbamos a necesitar para hacer la casa habitable, y así poco a poco y a Tasa Cero 200 mil cuotas, hemos ido logrando comprar nuestras cositas, desde lo más básico hasta las cosas que ahora son pequeños lujos o cosas no realmente necesarias para vivir.
Nuestra última compra y la que me tiene muy emocionada y terminó de despertar todos estos sentimientos en mí, fue comprar nuestra primera hielera, sombrillas y sillitas para playa.
Desde ver los precios, revisar su calidad, sentarnos en las sillas con la sombrilla abierta en media tienda para ver que tal se sentía y visualizarnos en la playa, todo todo es una nueva aventura y nos llena de mucha ilusión, de que juntos y con la ayuda de Dios iremos construyendo poco a poco nuestro hogar.
Doy gracias a mis padres que con su esfuerzo y su ejemplo me enseñaron que trabajando y administrando bien el dinero se puede lograr mucho. Nunca fuimos millonarios, pero nunca faltó un plato de comida rica en la mesa hasta el día de hoy y además, el dinero no lo compra todo ni da la felicidad.
Doy gracias a Dios por haberme dado un esposo esforzado que no le tiene miedo al trabajo con tal de sacar a su nueva familia adelante.
Definitivamente aunque nos faltan muchas cosas materiales, lo tenemos todo para ser felices y somos muy bendecidos por Dios, porque lo que tenemos hoy nos lo dio Él, sin que nosotros nos pudiéramos imaginar que se iba a lograr tanto con tan poco, como cuando empezamos este sueño que llamo Matrimonio.
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Gracias por escucharme o leerme y nos hablamos pronto.
Chaoooo
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